Hola a
todos,
Lo primero,
mis disculpas por el largo tiempo pasado desde la última entrada de este blog.
Los avatares de la vida me han llevado por otros caminos durante unos meses.
Aunque, supongo, las disculpas casi sobran. Al fin y al cabo igual que ninguno
de vosotros, queridos lectores, va a morir o sufrir graves padecimientos por
leer estas reflexiones, tampoco ninguno de vosotros habéis muerto ni moriréis
ni habéis padecido ni padeceréis, por no leerlas.
Retomo con
gusto y ganas estas charlas alrededor de la mesa camilla.
Acabo de
terminar de ver, en una de esas plataformas modernas que controlan casi todo el
audiovisual actual, la adaptación a la pantalla de, nada más y nada menos, CIEN AÑOS DE SOLEDAD.
Una de esas
novelas tan grandes que desde siempre han hecho suspirar a directores,
guionistas y productores ambiciosos por hacerlas suyas, por llevarlas al arte en
que ellos se expresan y que ellos dominan.
Le tengo
leído en alguna parte a García Márquez que su rotunda negativa a ceder los derechos de Cien años de soledad para el cine, que
mantuvo mientras vivió (seguro que rechazando cheques de cantidades que ni tú
ni yo veremos) se debía a que estimaba, por un lado, que el tiempo de duración
de una película, aunque se marcaran un
Ben-Hur, nunca sería capaz de contener el universo entero por el que
discurría el nacimiento y devenir de Macondo, y por otro lado, que los únicos
capaces de levantar películas de ese peso eran los estudios de Hollywood, y García Márquez no
podía ni imaginarse a Charlton Heston o a Paul Newman paseando sus cuerpos
blancos y perfectos por las calles de Macondo.
La historia del nacimiento, devenir y ocaso del mundo que nos cuenta
el autor desde el pequeño Macondo, está contada en español y desde el
corazón del Caribe. Está construida con la luz, los colores, los sonidos, los
vientos y las caras y cuerpos caribeños.
En esa cultura (y en casi todas las otras) no existía entonces una industria cinematográfica capaz de
acometer un empresa como esa.
El cambio
en esa industria cinematográfica que
han traídos las grandes plataformas de contenidos, en las que se concentran
todas las inversiones y trabajos, desde la compra de derechos a la producción,
distribución y exhibición, unido al crecimiento de las industrias audiovisuales
de algunos países de Sudamérica, como Colombia, han permitido que esta
adaptación viera la luz. Netflix pone el dinero (bastante, por cierto), pero la
producción es del país y de la cultura que engendró a Macondo.
Dejando a
un lado la discusión de si es lícito hacer uso de la obra de un autor que
siempre dejó clara su negativa ello, esta adaptación se hace con el permiso e
incluso el concurso de sus herederos. En mi opinión, el tiempo lo cambia todo y
un cinéfilo reconocido como era García Márquez, que ejerció como crítico
literario y escribió guiones de cine, no se hubiera negado a las condiciones y
formas de esta adaptación.
Las dos
pegas del escritor, reseñadas en uno de los párrafos de arriba, están
solucionadas. Las dos temporadas de ocho capítulos, previstas para la serie,
pueden dotar a la historia del mismo ritmo pausado con el que discurría el río
que fluía al lado de Macondo
Luego de caminar
veintiséis meses por la impenetrable sierra, José Arcadio Buendía desistió de
su idea de buscar la salida al mar. Fundó Macondo solamente para no tener que
emprender el camino de regreso. De esta forma, Macondo nació a orillas de un
río de aguas diáfanas.
En cuanto
a la segunda pega de García Márquez, ya no corren los tiempos en que Hollywood
nos colaba a todos que un príncipe judío, un
profeta con barba larga y vara de mando, un astronauta huyendo de
simios, el mismísimo Cid Campeador y el Coronel Aureliano Buendía podían lucir la misma presencia y compostura, la de un señor del medio Oeste americano
miembro honorífico de la Asociación del rifle.
Sobre la serie en sí, ha habido opiniones para todos los gustos. Algunas, minoritarias, ofendidas hasta el sofoco por lo que para ellos es una osadía imperdonable, un sacrilegio literario, un obsceno baile sobre la tumba del insigne autor (estos opinadores suelen tirar mucho de adjetivo rimbombante). Para algunos, el mero hecho de acercarse a tamaña obra es pecado mortal contra el undécimo “no te atreverás contra la ortodoxia clásica”. Soy de otra opinión. Cada vez que un lector termina una historia, la hace suya. Le pertenece. El autor se la ha regalado. Gracias a ello todos tenemos nuestros propios Macondos. Un libro como Cien años de soledad nos pertenece a todos, forma parte de ese universo cultural que, como una invisible tela, se extiende y enlaza a los seres humanos. Un pianista de Zamora, un pediatra noruego y yo, tenemos poco en común, pero si los tres hemos leído Cien años de soledad, algunas cosas más que antes nos unen e igualan. García Márquez enlaza, a ratos y de lejos, nuestras mentes.
Tratándose
de una novela tan leída en todo el mundo, con tanto poso y trascendencia en la
memoria sentimental lectora de millones de personas, es inevitable que juguemos
con ella, que la doblemos y estiremos, que la pongamos bajo diferentes focos y
que la tengamos presente en nuestras oraciones. La familia Buendía es para millones
de personas lo mismo que Don Quijote y Sancho Panza, Romeo y Julieta, las
pinturas de Goya y las canciones de los Beattles. Nos pertenecen.
Y al
igual que a mí me hace feliz cantar a voz en grito Let it be debajo del chorro de la ducha, un grupo de personas
deciden que quieren poner sobre la pantalla su propia visión de Cien años de Soledad. Adelante y suerte.
Me alegré cuando ya hace un tiempo leí que empezaban el proyecto y esperé con
ganas hasta tener noticias de su estreno
El
control de los herederos sobre la obra de un autor, aunque comprensible en lo
que a legalidad y remuneración pecuniaria se refiere, ha dado muchos,
variados y sonados casos que en que se termina
difuminando, arruinando o haciendo pequeña la creación original. Por exceso o por
defecto. Hay un personaje que lo ha sufrido en su propias carnes (si las
tuviera, porque es de tinta y papel), Tintín. La negativa férrea de sus
herederos a permitir el uso de la imagen del personaje, mantenida a base de
demandas y querellas en tribunales de todo el mundo, nos privó desde hace
cuarenta años de disfrutar de mil maneras posibles con la creación de Hergé. Ni
camisetas con su imagen, ni películas (con la honrosa excepción del que todo lo
consigue, supongo que a base de pasta, Spielberg), ni teatro infantil, ni
canciones, ni obra gráfica, ni musicales, ni apariciones en otros cómics o
novelas gráficas. Ni una adaptación. Ni una modernización. Ni una transgresión. Tanto control sobre el personaje y tanta
negativa seguida de amenaza de demanda, ha provocado que la figura de Tintín,
tan querida y tan omnipresente en la generación del que escribe, prácticamente
esté desapareciendo del imaginario popular de toda Europa.
Así que
bienvenidas las adaptaciones, las invenciones y los atrevimientos alrededor de
nuestros clásicos. Las buenas y las malas, que de todo tiene que haber en la
viña del Señor. Y sin unas no existen las otras. Y así sea por siempre. Mil años de soledad.
En cuanto
a la calidad de la serie, cada uno que opine después de verla. No me siento yo
delante del teclado para pontificar sobre la calidad artística. Ni soy quien,
ni sé más que nadie. Os diré que me ha gustado verla, he disfrutado bastante. No es la mejor serie que he visto, pero sí
puedo jurar sin condenarme que he vistos doscientas peores. La crítica internacional
ha recibido su estreno con buenas reseñas en general (obviemos la influencia
que las grandes plataformas tienen en el sector) con una excepción notable de
un conocido (y bueno, según mis gustos) escritor español que en una columna de
un prestigioso periódico definía la serie con una frase tan preciosista en la forma,
como cruel en su simplificación: un
anuncio de café interminable. Sergio del Molino en El País.
De la
serie se pueden disfrutar muchas cosas más si miramos un poco a los lados y
fuera de los márgenes del significado literario de la obra original. Mi
recomendación es verla. Con una salvedad. Si no has leído el libro, por nada
del mundo intentes suplantar su lectura por la visión de la serie. Si tienes
interés en lo que García Márquez nos legó para la historia de la literatura, te
toca coger el libro y empezar con uno de los inicios más conocidos en todo el
mundo de la creación,
Muchos años después, frente al
pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella
tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.
Y ya
entonces, a ver la serie.
Y dejamos
para otra ocasión hablar de manera más profunda de las relaciones entre
literatura y cine. Ya sabéis, utilizo esa coletilla tan socorrida tanto en
literatura como en cine, esa es otra historia.
Para
terminar, constato la presencia, la vigencia y la influencia que Cien años de soledad, sigue teniendo hoy
en día. Una de mis últimas lecturas es una novela que desde su lanzamiento en
España se ha convertido en un éxito (tanto en críticas como en lectores) “La península de las casas Vacías” de David Uclés, editada en la colección Nuevos tiempos de Siruela. Una amplia y
detallada historia de nuestra guerra civil contada desde la cercanía de una
familia de olivareros de un imaginario pueblo de la Sierra del Segura de nombre
tan redondo como sonoro, “Jándula”. La novela es un declarado y admirado trasunto
de la familia Buendía y su Macondo, que profundiza, hasta mancharse de barro
ensangrentado, en el hundimiento de España en la violencia. Uclés usa sin freno ese recurso expresivo, y que deja sueltas las riendas de la imaginación, de ese extraño experimento literario que fue el Realismo
Mágico que, allá por los años sesenta y setenta, crearon escritores sudamericanos para
enseñarnos que siempre habrá nuevas y diferentes formas de contarnos el mundo.
La península de
las casas vacías es una novela muy interesante y recomendable. De las que te
dejan dándole vueltas en tu cabecita muchos días. Quizás la próxima vez que me siente delante
del teclado, el cuerpo me pida escribir sobre ella.
Hasta
entonces, nos vemos en los libros.